martes, 4 de julio de 2017

Puerta Giratoria

Defraudación fiscal es el delito que para el presidente le calza a Mosquera, si es que recibir un millón de la “offshore” y cuenta secreta de Odebrecht fuere delito. Si no es cohecho, tráfico de influencia, ni otra de esas conductas que la gente identifica corruptas, el correísmo se mantiene libre de vinculación formal con el caso de la empresa brasileña.

Gracias a Dios estás vivo, le dicen al paciente que acaba de tener un accidente cuasimortal, connotando ese desenlace positivamente en comparación con la posibilidad de perder la vida. El presidente habló de varias conductas delictivas, relativizando y connotando implícitamente la una versus las otras.

Aunque se haga sutilmente y con el talento político que tiene el presidente, relativizar un delito al ponderarlo junto a otros equivale a hacer un juicio y corresponde en teoría al sistema judicial, a la hora de tramitar acusaciones y de imponer penas.

Todos los que leen estas líneas saben lo que significa la relativización del tipo penal, así como también que los jueces leen columnas de opinión.

Relativizo los hechos y los pongo en perspectiva. Con baños de transparencia y cambios legislativos como los que se vienen en todo el mundo, hubiera sido de esperar que la apología que hace el presidente de la ética revolucionaria sea complementada con algunas recomendaciones para el futuro.

Haría bien la Asamblea en aprovechar el trámite del Código Administrativo para introducir las reglas que otros países han incorporado en sus legislaciones para prevenir, identificar y sancionar mejor la corrupción. Una de esas, que ya en su momento un extitular del SRI de este gobierno amenazó con impulsar, supone que los funcionarios públicos no pueden haber atendido intereses privados en asuntos públicos varios años antes de entrar a la función pública, ni varios después. Lo contrario se conoce como “puerta giratoria” en el argot de la industria de la influencia.

El desafío es que impulsar una legislación así de revolucionaria coincida con las prioridades del momento.

Los "administrados"

No lo imagino a Rafael Correa, luego del 24 de mayo, aceptándose como “administrado” del gobierno de Lenín Moreno, ni se diga de algún otro gobierno, incluido el belga. Tampoco creo que Moreno se sienta “administrado” hoy del gobierno saliente, ni hubiera querido ser administrado por un gobierno lassista. Ni los esposos son administrados por sus cónyuges, ni tampoco los clientes de un administrador de empresa podrían considerarse “administrados” por él.

Para mí es simplemente una afrenta que el Gobierno llame administradas a los personas, como si la ciudadanía fuera una sujeción más que el mandato que es. Lamentablemente, esa odiosa forma de referirse a los ciudadanos ha estado vigente en nuestra legislación, como en la española, peruana y otro par. Sospecho que como en todo ámbito, las palabras le dan forma a las realidades y que muchos han aceptado pasivamente ese tipo de relacionamiento con la administración pública.

A mí me chocó cuando lo escuché en el Municipio de Quito, donde llaman administrado en la cara a todo ciudadano, porque así lo prevén sus ordenanzas. Luego verifiqué que en el Estatuto del Régimen Jurídico y Administrativo de la Función Ejecutiva (Erjafe), que es la norma que rige el accionar administrativo del Gobierno central, también aparece el término. Aparece por ahí en ciertas normas tributarias, aunque no es la regla.

Me alegra que el Proyecto de Código Orgánico Administrativo, en trámite en la Asamblea Nacional, borre de un tajo toda referencia al término. Esto no puede ser una coincidencia y por eso felicito al anónimo autor de este cambio, porque el Código no solo sustituirá al Erjafe sino que por su mayor jerarquía y especialidad regulatoria irrigará en toda la legislación expresiones correctas sobre la relación entre el Estado y las personas.

En el Código se aclaran por fin los límites de la administración pública y de sus actos, así como el margen de maniobra que tienen para reclamar derechos los ciudadanos, las personas, los interesados, peticionarios y sus representantes, que como mandantes lo podrán hacer mejor que como “administrados”.


Publicado en Expreso el 29 de abril de 2017

jueves, 27 de abril de 2017

Arrastrados por la propaganda

Una bola grande se acerca a una pequeña; la bola pequeña se mueve antes de que la grande la toque. Se repite el patrón un par de veces, hasta que termina el experimento y los observadores consideran que la bola grande estaba persiguiendo, molestando o atacando a la pequeña.

Los humanos inventamos causas y roles incluso cuando lo que tenemos en frente son simples movimientos aleatorios y no fenómenos causales. Percibimos y les atribuimos carácter humano a objetos inertes, al punto que del experimento recordaremos la historia de dos bolas: la villana y la víctima.

Limitadísimamente relatado, este experimento de mediados del siglo pasado explica en parte la aberrante polarización que vivimos en estos días en nuestro país y en el mundo. Queramos o no, líderes, grupos e individuos estamos constantemente atribuyéndonos etiquetas de héroes y villanos, los unos a los otros. Somos como las bolas del experimento: pasiva e inevitablemente somos arrastrados en algún rol o bando, sin causa real.

Me niego a ver en blanco y negro lo que sucede a nuestro alrededor, desde la perspectiva y en los términos convenientes para grupos políticos opuestos. Debemos ser millones los que tenemos preferencias que no son (ni podrían ser) representadas adecuadamente por la burda simplicidad de un ambiente polarizado -aquel que se caracteriza por etiquetas y roles de propaganda.

Cuando se conforman grupos, automáticamente se hacen de identidad propia, refuerzan la diferenciación y desmejoran cualquier posibilidad de negociación y acuerdo. Toda oferta o demanda es percibida como afrenta, lo que conduce a respuestas extremas y a mayor conflicto. Daniel Shapiro llama mente tribal a esta tara heredada de nuestros ancestros. La vemos en los liderazgos islamistas, cuando diferenciamos sector privado de sector público o al pobre del rico. Las identidades crean roles y suponen causas de diferenciación, aunque eso generalmente sea solo una ficción.

Curiosa y paradójicamente, las más nuevas investigaciones dicen que lo que nos separa de otros animales no es la inteligencia, tanto como la capacidad de cooperar.

jueves, 13 de abril de 2017

Oraculo

Quien ganó las elecciones? Al lado de los resultados oficiales convive aún la pugna y la expectativa sobre qué pasará con impugnaciones, protestas y....cuál es el próximo gobierno. 

Ni Guatemala ni Guatepeor

Mañana voy a votar y coincidentemente encontré hoy un cuaderno viejo en el que hace algunos años ya, anoté mis dichos populares favoritos. Como un rayo de inspiración, algunos guiarán mi voto mañana. Por eso los empecé a transcribir nuevamente para compartirlos con ustedes y leerlos camino a las urnas. Son tan sabios los proverbios que los dejo a su propia interpretación. Al que le caiga el guante que se lo chante.

Negociarán

Los que entran en política deben saber que a veces ganan y a veces no, porque la política es una permanente negociación. Esta última metáfora fue acuñada por quien luego de pasar por la guerrilla se integró al sistema institucional de su país y llegó hasta la Presidencia, de donde proviene su autoridad en la materia: el expresidente Mujica.

Contando votos


Observadores de todos los colores despotrican por la conformación de la Asamblea, mientras los políticos se declaran perjudicados por los resultados. En una campaña en la que el electorado valora la palabra cambio, con frecuencia respondo preguntas sobre cuáles cambios serán posibles y cuáles no, con la nueva conformación legislativa.
No hacen falta los mismos votos para declarar loco al presidente que para enmendar la Constitución o solicitar muerte cruzada. Pero la duda más frecuente es cómo se ordenarían los votos de PAIS y de la oposición para revisar las piezas legislativas del entramado correísta.

Ojo con los románticos

No es lo mismo que un candidato hable de competitividad y eficiencia que de la madre patria o del añorado pasado.
Las palabras propias del lenguaje racional-conceptual, como la eficiencia, la competitividad, el mercado o incluso el bienestar económico, corresponden a lo que antiguos filósofos llamaban tópicos clásicos. Como lo descubrieron hace 2500 años los estudiosos de la argumentación, las expresiones lógicas y cuantificables no movilizan a sus audiencias.

Datos abiertos

Los casos de FIFA, Samsung, Odebrecht, Petroecuador, Vaticano, Mossack Fonseca, la Casa Blanca (todas las semanas del último mes y medio), Megamaq, Caminosca o Uber enseñan que sus responsables no pudieron contener el acceso a cierta información. Porque alguien pudo encontrar la punta del ovillo y jalando, jalando, logró llegar al meollo de algún escabroso asunto que reclamaba escrutinio público. Como dicen, tarde o temprano, “todo se sabe”.
En ese contexto celebremos que mañana es el Día Mundial de los Datos Abiertos. Expertos de todo el mundo propondrán -con inusitada tecnología- nuevas y mejores formas para exigir y aprovechar que toda la información que debe ser pública, se entregue de forma irrestricta, ágil y útil. Celebremos el trabajo de la gente detrás del acceso a la información, desde periodistas hasta informáticos que procesan los datos que ya son abiertos y que exigen la apertura de más información.
En Quito habrá hoy un importante evento sobre el tema. Propongo solo ejemplos que pueden ayudar a medir su éxito: que el Gobierno divulgue, sin excepción de modalidades, las bases de datos de contratación pública o que la Legislatura publique todas las declaraciones patrimoniales que deberían estar disponibles “online” si no fuera por una frágil argumentación legal. Que se sustituyan los famosos PDF y XLS por formatos consumibles por sistemas automatizados. Que se ejecute, en fin, el ambicioso Plan Nacional de Gobierno Electrónico que duerme el sueño de los justos -con las honrosas excepciones de siempre.
Exijamos que la información de instituciones y funcionarios públicos, así como de otras organizaciones y líderes que deben la legitimidad de sus decisiones a un cierto grado de escrutinio público, sean tan transparentemente asequibles, como su información privada les sea respetada.
En nuestra era, solo trazando una línea clara entre publicidad y privacidad de la información podremos alcanzar mejores estadios en aquellos ideales de libertad, equidad o ética pública, que a veces parecen solo ruido, pero cuyas aplicaciones prácticas determinan nuestro día a día.

viernes, 10 de marzo de 2017

La calle es la calle

Un tuit que leí decía: gana el tigre la batalla cuando muestra sus rayas. Y siendo verdad en el caso de los tigres, también me convenzo cada día más de que es verdad en el caso de los humanos. En las campañas electorales y en las mesas de directorio, las batallas y los liderazgos se ganan con una gran dosis de “señalamientos sociales” que trascienden nuestro lenguaje consciente.

Luego del primer “exit poll”, Guillermo Lasso se empoderó de su viabilidad como líder político y de la posibilidad efectiva de llegar a ser presidente. Su discurso y su voz aparecieron de repente con una inusitada consistencia; en su proceder empezó a orientar a más grupos y personas, por citar solo dos medidas que usan los expertos en estas cosas: consistencia verbal y orientación.

Y mientras al ocaso del domingo le iban apareciendo las rayas al tigre, simultáneamente avanzaba el proceso técnico del escrutinio. Luego dos batallas evolucionaron en paralelo; aquella que enfrentaba en la calle a dos personas reivindicando su liderazgo nacional, y aquella en la que sus respectivos expertos y delegados revisaban formalismos para adjudicarse unos votos más.

En la primera priman las personas, las masas y las emociones; en la segunda los métodos y la razón de los expertos en estadística y derecho electoral. La primera es la batalla subjetiva entre dos contendientes buscando ser reconocidos por la gente; la segunda es la batalla formal bajo las reglas de juego que diseñan y administran quienes tienen el poder.

Allá por mil ochocientos y tantos, Max Weber distinguió tres formas con que los líderes logran adhesión y sometimiento ciudadano. Las llamó legitimación “tradicional” -con justificaciones esotéricas y divinas-, “carismática” y finalmente, “racional y legal”. La última es la que pasivamente aceptamos de las hiperformales democracias modernas. Pero la elección del domingo mostró que incluso cuando todos miramos los numeritos, los procesos de conteo y esperamos el cumplimiento de la formalidad burocrática, los liderazgos y la legitimidad siguen peleándose en la calle.

Decidimos

Pensamos que el domingo millones de decisiones individuales, pensadas y racionales, pondremos presidente.

Al igual que se creía que la tierra era plana, antes se creía que las personas tomamos nuestras decisiones importantes de forma racional. Pero ya se sabe que la tierra es redonda y que los seres humanos no somos tan racionales como quisiéramos creer. Aunque cierto es que todavía se venden en universidades, no sin una dosis de activismo, modelos basados en la racionalidad de los agentes económicos, como otros oscurantismos duros de roer.

Para nadie es fácil aceptar que somos más cercanos con nuestro pasado primate que con esa imagen idealizada de racionalidad. Si mi voto no es fruto de la sobria reflexión del silencio electoral y la abstención ;) de alcohol, ¿qué es entonces?

Decidimos obviamente en función de la información a la que somos expuestos, de la cual los planes y propuestas ni importan. En temas electorales, ¿cómo votar por la propuesta de un candidato cuyo “look” y nombre no recordamos? Todorov dice que bastan milisegundos de exposición a la cara de los candidatos para que una audiencia estabilice sus preferencias, fenómeno en el cual -oh sorpresa- las partes del cerebro a las que se imputa la razón ni siquiera intervienen.

Más impresionante aún es que nos sometamos inconscientemente a la influencia de nuestras redes sociales (en sentido general). Buscando consistencia y pertenencia a nuestro grupo social, aceptamos sus señalamientos y decidimos conforme a ellos: son los gestos, expresiones y roles que Pentland asemeja al ir y venir de gemidos, señas y muecas con los que las manadas escogen líder y deciden si es hora de poner a salvo sus crías.

Imagino la sonrisa en la cara de algunos lectores que discrepan con los profesores de Princeton y MIT que he citado. Es la expresión de quien se siente autónomo de razonar y decidir a pesar de los señalamientos de su tribu. El teatro del domingo los ha de reconfortar: una votación libre, secreta, resguardada militarmente y sin sobresaltos es justo lo que necesitamos para garantizar que triunfe la razón.

Hueso y carne

Comprando pescado el sábado caí en cuenta de que nos merecemos la política que tenemos. Escogí un pargo que me vendían a 2 dólares por libra, luego de ver otras opciones, más caras y más baratas. Pero ojo, que el precio de lista, aquel que muestra la balanza cuando la cacera pone sobre ella el pez entero, viene con hueso.

El pescado contiene la mitad de su peso en filete. Todo el resto es piel, espinas, cabeza, agallas y vísceras. La libra pagada trae entonces solo media libra de carne, o dicho de otra forma, cada libra de filete cuesta el doble del precio con el que nos llevan al kiosco.

Los políticos en campaña también jalan potenciales votantes con baratillos de oferta. Ofrecen cosas que son mitad verdad, o mitad mentira, como queramos verlo. Triplicar un bono, tramitar una ley sin mayoría legislativa, regalar cosas, suenan más a hueso que a carne.

Quienes venden pescado y quienes venden candidatos publicitan el precio más bajo o la oferta más espectacular, con truco. Incrementan así el número de potenciales clientes y los chances de cerrar un negocio o ganar una elección. Bola baja, congelamiento, pie en la puerta, pie en la boca, anclaje, son solo algunas mañas hoy documentadas científicamente, que comerciantes y políticos dominan con la experiencia.

Como en casa todos esperan el encebollado, la cazuela o el sudado, nadie se retira del mercado con las manos vacías. Sospechando que la casera volvió a anclarme sobre la base de un precio falaz, al regateo semanal, opté por un pescado más barato, para ahorrarme unos dólares ahora que la cosa está dura.

Lamentablemente los electores no relacionan su voto con la compra de un pescado. Como el voto no tiene valor económico, sentimos que lo podemos arriesgar, e incluso regalar; y porque vemos el futuro con sobreoptimismo, nos dejamos llevar por ofertas mentirosas, anclajes falaces y otra serie de tretas, esperando que nuestra apuesta electoral dé resultados. A la hora del voto, la combinación de esos dos factores imprime cautela, distinguiendo la carne del hueso, solamente a quienes sienten que tienen algo que perder.

Quien da más

La eventualidad de una Asamblea sin dominio absoluto de Alianza PAIS obligará al correísmo a regatear el futuro de su modelo... por primera vez en diez años. De allí que la batalla electoral por el legislativo tiene tanta o más trascendencia que la carrera por Carondelet.

En una legislatura atomizada, el talento para construir coaliciones es el activo más valioso. Y como nuestro “establishment” político no es conocido por sus dotes de negociación parlamentaria, sí que hay allí un motivo para el recambio generacional.

Que si es preferible negociar con un solo interlocutor o conseguir la adhesión de varios, los filósofos dicen que la concentración de poder contradice la democracia, por lo que se alinean con el segundo escenario. Pero hay también motivaciones y argumentos técnicos.

En la típica negociación, dos partes compiten frente a frente por ciertos recursos en juego. El espacio de regateo se limita al que pueden identificar los dos interlocutores. Pero las ideas, los intereses, los bienes y los servicios se intercambian de muchas formas. En subastas, por ejemplo, el grueso del regateo lo protagonizan implícitamente, entre ellos, múltiples concursantes. Ellos asumen el foco de la tensión competitiva, de donde sus propuestas y sus diferencias ayudan a vislumbrar el espacio de un posible acuerdo. Por eso Subramanian recomienda anteceder cualquier negociación con un ejercicio tomado de la teoría de las subastas: siempre que haya múltiples interesados por un tema, primero que compitan de su lado de la mesa todos ellos, antes de traerlos a conversar a este lado de la mesa.

Si ningún bloque legislativo logra mayoría absoluta, las negociaciones y regateos que protagonicen serán como un concurso. Los votos de cada grupo estarán en permanente subasta. No será un bloque y un gobierno el que ponga a competir a los ciudadanos por su atención. Las cabezas de lista tendrán que lucirse demostrando su capacidad de representar y ofrecer mayorías, de garantizar votos y de producir una agenda de cambio.

Más que un dragado

Esta semana se debió firmar el contrato que da paso a una nueva etapa de dragado en el delta del río Guayas.

Por lo que escuchamos, tendemos a creer que el dragado solo tiene que ver con el puerto de Guayaquil. Pero lo verdaderamente importante del dragado está en la seguridad de la ciudad, de la región y en el aprovechamiento de este valioso recurso.

Primero está la capacidad futura de la ciudad para soportar temporales. Sin buenos cauces, por el sedimento acumulado, el agua que baja veloz del Daule y del Babahoyo en períodos de lluvia intensa terminará en las calles, casas y paralizando actividades. De no tener por dónde encauzarse y desembocar al mar, como debe, el privilegio de la abundancia se convertirá en una maldición.

Junto a esta fase del dragado hay voces pidiendo que veamos este tema en toda su magnitud política y económica. La empresa pública de agua potable y alcantarillado de la ciudad ha gestionado un estudio al respecto; callar resultaría en que le imputen a ella toda responsabilidad por futuras inundaciones, como ya ha pasado. Dice el documento que sin un compromiso y presupuesto de largo plazo, esta etapa del dragado, por muchos 64 millones que cueste, será como arar el mar. Me viene a la mente el niño al que la arena húmeda le llena enseguida el hueco que acaba de hacer en la orilla del mar. Se retirarán 4,5 millones de metros cúbicos de sedimentos que regresarán en función de qué tan desatendida siga la prolífica cuenca alta del Guayas, un territorio más grande que Suiza u Holanda.

Nadie ignora la importancia del agua dulce para el futuro del mundo. Y el futuro no es lejano, es el de nuestros hijos: más del 50 % de los conflictos violentos del mundo versarán sobre agua en 10 años, según organismos internacionales. La correlación global entre pobreza, nutrición, salud y acceso a agua, muestra que el problema del dragado y del manejo de los inconmensurables recursos hídricos de la cuenca del Guayas deben ser vistos como una de las mayores oportunidades para el futuro del país.

Corrupción

Nos rasgamos las vestiduras todos los días clamando al cielo. Las telenovelas diarias van en torno a la corrupción material: el amarre de un contrato, el porcentaje de comisión o sobreprecio, el desvío de fondos, que alguien se comió un cheque o varios... Pero corrupción es también, según la Real Academia, el “vicio o abuso introducido en las cosas inmateriales”.

En la mejor universidad de Estados Unidos hay una cátedra muy popular que arranca confrontando a los alumnos a definir ejemplos de corrupción moral. El debate se enciende con temas en los que cada persona exige su derecho a pensar distinto: religión, sexualidad, o hasta la gratuidad de ciertos servicios públicos. Pero todos coinciden en que el trabajo infantil corrompe la niñez, al igual que obtener beneficios privados de un ente público corrompe al ente público.

Como si pudiera abstraerse de uno de los males más generalizados de nuestros tiempos, el Gobierno ecuatoriano niega empeñosamente que la corrupción encontrada en sus filas sea síntoma de un problema institucionalizado. Cierra los ojos ante la posibilidad de que el aparato estatal haya sido viciado en estos años de la revolución (¿aunque solo fuera más que antes?), concentrándose en la inevitable necesidad de puntuales incisiones. Hasta ahí todo bien, porque defender el buen nombre de los funcionarios honestos, que sin duda existen, resulta un imperativo ético.

Pero defenderse atacando a quienes denuncian la corrupción, discriminando responsabilidades entre corruptor y corrompido, prejuzgando de intenciones incluso antes de la presentación de pruebas, parece indicio de... corrupción inmaterial. Es lo que el profesor Sandel, aquel catedrático de Harvard cuya clase referí antes, enseña a distinguir.

Tantos argumentos y debates bizantinos sobre cuál corrupción cuesta más o si la culpa es del corruptor o del corrompido, solo parecen diluir un consenso global: terminar con la corrupción material solo es posible evitando primero que las personas, instituciones y los procesos creados para evitar y sancionar la corrupción, sean corruptos.

martes, 3 de enero de 2017

Está que quema!

Encontré esta receta para evaluar el 2016 y ver con otros ojos la campaña electoral. Empezamos preparando tres baldes con agua de diferentes temperaturas: helada, tibia y caliente; metemos una mano en el balde de agua helada y la otra en el balde de agua tibia. Transcurridos algunos segundos, las sacamos y las pasamos en seguida, cerrando los ojos, al balde de agua caliente.

Resultado: la mano que pasa de helado a caliente se quema, mientras con la otra solamente experimentamos un ligero cambio de temperatura.

Esto pasa porque nuestra mente funciona en términos relativos, contextualizando nuestras experiencias para darles sentido. Sin importar lo que dice el termómetro, el agua caliente está “que quema” para el que antes tuvo su mano en agua helada y solo “un poco más caliente” para quien antes la tuvo en agua tibia. Asimismo, sabemos que el paisaje político ecuatoriano es hoy distinto al de hace diez o veinte años, pero como los cambios no se dan de golpe, seguramente nuestra apreciación a diario es que todo sigue más o menos igual. Un efecto parecido al que experimentan familiares o amigos cercanos que crecen o envejecen sin notarlo, hasta que un día, viendo una vieja foto, se dan cuenta de cuánto tiempo ha pasado.

Los negociadores, políticos y “marketeros” saben que los pequeños cambios, como lo muestra el ejemplo de los baldes, son menos perceptibles y por ende más aceptables para sus interlocutores que el salto abrupto del frío polar al calor tropical. De allí que en sus desafíos más complejos crean poco a poco las condiciones y se esfuerzan por proponer el marco de referencia con el que sus interlocutores no sientan quemazón.

Es por estos días que todos andamos buscando una referencia con qué evaluar el año que estamos terminando. Encima, por la campaña electoral, los políticos quieren posicionar un año, un periodo o una idea de referencia que enmarque el pasado y el futuro, bajo el prisma más conveniente para cada candidatura. A mí me sirve este juego de los baldes para saber cómo funciona la mente, evaluar razonablemente mi 2016 y evitar que me sorprendan.

Árbol y bosque

En estos días el presidente puso su firma en un decreto que reglamenta la Ley de Tierras y Territorios Ancestrales, aprobada por su Asamblea en el primer trimestre del año que termina.

Con la publicación del reglamento, queda por ejemplo definido el concepto de unidad productiva familiar. Aparentemente neutral, se trata de una vieja reivindicación política que hace posible discriminar entre aquella unidad y todo lo que trascendiéndola, equivaldría a empresa agrícola. Para esa segunda categoría, además de otras novedades, una transitoria del reglamento amplía el plazo (¿distinto al establecido por ley?) para que la Junta de Regulación de Control de Poder de Mercado produzca una definición funcional de latifundio.

Hace un par de meses en esta misma columna compartí mi impresión y sorpresa de que una reglamentación tan sensible se produzca en pleno p’eríodo preelectoral. Mi tesis era entonces que los regateos electorales se tomarían rehén este tema, inevitablemente gravando su resultado.

Tengo que reconocer que me equivoqué: esto parece haber pasado prácticamente inadvertido, cosa rara en un país cuya economía depende mucho de lo que pase en el agro. Y aunque estoy seguro de que detrás hubo negociaciones y el concurso de los sospechosos de siempre, nada más que eso. Poco o nada hay de debate sobre el tema.

¿Será acaso porque el ritmo del debate público de los últimos tiempos ha sido infernal? La multiplicación de incidentes políticos y crisis públicas de supuesta gravedad es tal que apenas sí podemos llevar registro diario. Temas cruciales se pierden porque parecen menores cuando surge un nuevo escándalo, una nueva crisis, un nuevo cambio, una nueva noticia que atender. Rápidamente se borra la distinción entre el árbol y el bosque; rápidamente nos encontramos preocupados conversando del nuevo drama, de la nueva telenovela pública, la nueva ley, el nuevo conflicto, perdiendo de vista que en paralelo van avanzando procesos, estrategias de largo plazo, cambios de fondo. El esfuerzo debemos hacerlo por tener en la mira, a la vez, el árbol y el bosque.

Prestidigitadores

“Me cuidan un pocotón de sufridores y mirones como tú”, leí hace dos días en la parte trasera de un bus que seguí en el tráfico. Como iba con alguien que siempre me está enseñando nuevas y mejores formas de ver la vida, filosofamos un rato sobre el llamativo mensaje.

Los pensamientos y las expresiones más comunes del trajinado interactuar de la gente no se parecen a los análisis y palabras sofisticadas que usamos a veces los columnistas. El día a día de la gente gira en torno a cortos mensajes de motivación, de desarrollo personal, a veces de solidaridad y a veces de individualismo. La mayoría de las veces tienen que ver con personas de carne y hueso, con objetos, o con dinero. Siempre son optimistas, aunque a veces ese optimismo se alimente del miedo, de la diferenciación y del conflicto. Los mensajes emotivos de las redes sociales son muestra de aquello, como la optimista campaña de Trump, “Hagamos de Estados Unidos grande otra vez”, que enseña que los mensajes esperanzadores pueden basarse en el odio a terceros.

No debería sorprendernos que los arquitectos de las decisiones populares jueguen con estos matices de la mente. Estamos tan atribulados que no nos damos cuenta. No podemos, según varios premios Nobel, por ejemplo, distinguir en nuestros ejercicios mentales cotidianos entre valores nominales y valores reales; ni siquiera los economistas pueden, según Thaler.

De allí se explica que calen sin beneficio de inventario las ecuaciones con las que hoy en día se pretende equiparar en la opinión pública una “ganancia real” con una “ganancia nominal”. Paremos un segundo y recordemos que ganar el mismo sueldo durante 30 años es como ganar cada año menos, porque el costo de la vida sube y con la misma plata se compra menos. Así igualito hay que descontarle la inflación a la ganancia que se hace al vender un inmueble, por muy grande que parezca si no se le descuenta la inflación. Nadie lo está haciendo, o quienes lo hacen olvidan descontar otros rubros porque la ingeniería financiera se complica -y entonces es mejor hacer un meme o acusar a un tercero.

Perder o ganar

Si somos racionales, ante el mismo problema económico todos deberíamos responder de forma similar, pero eso casi nunca pasa. Como un mismo problema puede ser planteado de una u otra forma, nuestras decisiones sobre la misma información también, según como se nos presenten las cosas. Hagamos un ejercicio con los siguientes “problemas” de Kahneman: Problema 1.- ¿Escogería ganar $900 de seguro, o 90 % de probabilidades de ganar $1.000? Problema 2.- ¿Escogería perder $900 de seguro, o 90 % de probabilidades de perder $1.000? La gente responde siempre que prefiere la opción segura cuando se trata de ganancias y la “riesgosa” cuando se trata de pérdidas o costos. Aunque ambos problemas son solo reflejos, las decisiones varían porque los humanos no cuidamos ni gastamos igual lo que hemos ganado trabajando que si nos lo ganamos en una apuesta o lo encontramos en el bolsillo del pantalón. Aunque creemos comprender valores absolutos, nuestra mente procesa variaciones, entendiéndolas como cambios de nuestra situación. Por eso aquello de: más vale pájaro en mano que cientos volando. Los cientos volando no cambian mi situación.

El Gobierno Nacional propuso la creación de un nuevo impuesto. Siguiendo las noticias y las declaraciones oficiales uno podría creer que es un favor del Estado a la ciudadanía. El Gobierno lo vende como una mejora de situación, quienes discrepamos lo vemos y planteamos como una desmejora. Cada quien decide contra qué medirá el efecto de la nueva Ley de Plusvalía. Cada quien escogerá su marco de análisis y según como ordene su información estará a favor o en contra. Para mí el impuesto es malo porque la fórmula es engañosa y difícil de comprender, porque prejuzga cuándo y a cómo venderán sus casas los ciudadanos, y porque llama especuladores a quienes ahorran con su vivienda, entre muchas otras falencias. Pero el proyecto además es malo porque nos tiene discutiendo sobre supuestos, mientras hay algo seguro: hoy se requiere dinamizar la actividad económica, liderar ese cambio, no un debate fiscal que, aunque ha sido planteado como económico urgente, no implicará réditos económicos inmediatos para nadie. Todos estamos perdiendo tiempo y plata con este debate.

Tiko Tiko

Acabo de ver a Tiko Tiko, el payaso candidato en una entrevista de televisión. Colorido, alegre, emotivo, previsible, pero sobre todo sencillo, memorable. Y eso es lo que, nos guste o no, lo hace buen candidato. No sería el primero en ganar una curul, sin sarcasmo, ya ganó el payaso Tiririca en Brasil hace un par de años con una memorable campaña.

Algunos analistas pilas aplican desde hace poco ciertos filtros a los discursos políticos, para determinar si serán comprendidos por niños de escuela, de secundaria, adultos con educación superior o posgrado. Un famoso método fue creado por las fuerzas armadas de EE. UU. para evaluar textos y asegurar que sus protocolos sean comprendidos por soldados aún bajo la distracción del fuego cruzado. Exagero pero no tanto cuando asemejo aquel escenario con la avalancha de mensajes que es propia de una campaña electoral.

Durante las últimas primarias gringas unos investigadores de Carnegie Mellon aplicaron el filtro a los discursos de los entonces precandidatos. Se encontraron con que unos discursos eran más sencillos que otros, con Trump encabezando la lista de los que podían ser comprendidos por una criatura con educación primaria incompleta.

No se trata solo de una cuestión de capacidad gramatical, sofisticación cognitiva o vocabulario. En la práctica se trata del imperativo moderno de hacerse un espacio en la limitada capacidad de concentración y de memorización que nos caracteriza a los ciudadanos modernos. Es, en fin, un desafío al mismo título para los políticos como para las marcas, los articulistas, y hasta para los padres que tenemos hijos que educar.

Tiko Tiko, cuyo nombre parece bastante más sencillo de recordar que los nombres de los demás candidatos, resumió su campaña al terminar la entrevista: “Todos unidos, todos alegres, todos felices”. Es sin duda un revolucionario fichaje y una revolucionaria modernización de discurso para el Partido Socialista del Ecuador.

Apagón


Dicen que el triunfo de Trump fue aupado por una avalancha de noticias falsas en Facebook durante los meses previos a la elección. En Estados Unidos esa red social es fuente de noticias para 50 % de la población. Zuckerberg responde: 99 % de los contenidos que circulan en Facebook serían verídicos, aunque también se dice escéptico sobre la capacidad de su empresa para probar esa afirmación. Algunos lo secundan argumentando que pedirle a Facebook revisar la veracidad de los contenidos que allí publican millones de usuarios no solo es injusto y costoso, sino también el inicio de la censura.

Por esos días, el presidente Xi Jinping nos visitó y dio a las redes sociales la comidilla para vincular el apagón de hace una semana en Quito con las cuentas por cobrar que vino a revisar. Simpática seudonoticia para acompañar el discurso que repitió ante las cámaras: la importancia de los medios de comunicación. Mientras, Facebook cerraba una negociación con el gobierno chino para finalmente ingresar a ese trillonario mercado, aceptando allí sí, introducir elementos de censura en sus algoritmos.

Los expertos en comportamiento de masas y los teóricos de la toma de decisiones saben que lo único que cuenta en nuestra psiquis es lo que vemos, lo que tenemos presente. Si la noticia es cierta o no, en el trajinado día a día de nuestras sociedades modernas y ante la avalancha de información, poco importa. Una vez ante el titular, verdadero o falso, nuestro cerebro lo asocia con nuestros otros pensamientos, conocimientos y prejuicios. Allí entran en juego las tecnologías que nos ofrecen solo la información que “queremos consumir”; los algoritmos nos van conociendo y cual caja de resonancia nos repiten solo contenidos similares a otros que hemos “likeado”. De allí que los análisis críticos y las aclaraciones de letra pequeña suelen pasar desapercibidos. En esto las maquinaciones de las más modernas tecnologías no se distancian mucho de las recomendaciones de sus asesores a Xi Jinping: hablar con los medios latinoamericanos sobre los temas que les interesan a los medios latinoamericanos.