La eventualidad de una Asamblea sin dominio absoluto de Alianza PAIS obligará al correísmo a regatear el futuro de su modelo... por primera vez en diez años. De allí que la batalla electoral por el legislativo tiene tanta o más trascendencia que la carrera por Carondelet.
En una legislatura atomizada, el talento para construir coaliciones es el activo más valioso. Y como nuestro “establishment” político no es conocido por sus dotes de negociación parlamentaria, sí que hay allí un motivo para el recambio generacional.
Que si es preferible negociar con un solo interlocutor o conseguir la adhesión de varios, los filósofos dicen que la concentración de poder contradice la democracia, por lo que se alinean con el segundo escenario. Pero hay también motivaciones y argumentos técnicos.
En la típica negociación, dos partes compiten frente a frente por ciertos recursos en juego. El espacio de regateo se limita al que pueden identificar los dos interlocutores. Pero las ideas, los intereses, los bienes y los servicios se intercambian de muchas formas. En subastas, por ejemplo, el grueso del regateo lo protagonizan implícitamente, entre ellos, múltiples concursantes. Ellos asumen el foco de la tensión competitiva, de donde sus propuestas y sus diferencias ayudan a vislumbrar el espacio de un posible acuerdo. Por eso Subramanian recomienda anteceder cualquier negociación con un ejercicio tomado de la teoría de las subastas: siempre que haya múltiples interesados por un tema, primero que compitan de su lado de la mesa todos ellos, antes de traerlos a conversar a este lado de la mesa.
Si ningún bloque legislativo logra mayoría absoluta, las negociaciones y regateos que protagonicen serán como un concurso. Los votos de cada grupo estarán en permanente subasta. No será un bloque y un gobierno el que ponga a competir a los ciudadanos por su atención. Las cabezas de lista tendrán que lucirse demostrando su capacidad de representar y ofrecer mayorías, de garantizar votos y de producir una agenda de cambio.
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