viernes, 10 de marzo de 2017

Decidimos

Pensamos que el domingo millones de decisiones individuales, pensadas y racionales, pondremos presidente.

Al igual que se creía que la tierra era plana, antes se creía que las personas tomamos nuestras decisiones importantes de forma racional. Pero ya se sabe que la tierra es redonda y que los seres humanos no somos tan racionales como quisiéramos creer. Aunque cierto es que todavía se venden en universidades, no sin una dosis de activismo, modelos basados en la racionalidad de los agentes económicos, como otros oscurantismos duros de roer.

Para nadie es fácil aceptar que somos más cercanos con nuestro pasado primate que con esa imagen idealizada de racionalidad. Si mi voto no es fruto de la sobria reflexión del silencio electoral y la abstención ;) de alcohol, ¿qué es entonces?

Decidimos obviamente en función de la información a la que somos expuestos, de la cual los planes y propuestas ni importan. En temas electorales, ¿cómo votar por la propuesta de un candidato cuyo “look” y nombre no recordamos? Todorov dice que bastan milisegundos de exposición a la cara de los candidatos para que una audiencia estabilice sus preferencias, fenómeno en el cual -oh sorpresa- las partes del cerebro a las que se imputa la razón ni siquiera intervienen.

Más impresionante aún es que nos sometamos inconscientemente a la influencia de nuestras redes sociales (en sentido general). Buscando consistencia y pertenencia a nuestro grupo social, aceptamos sus señalamientos y decidimos conforme a ellos: son los gestos, expresiones y roles que Pentland asemeja al ir y venir de gemidos, señas y muecas con los que las manadas escogen líder y deciden si es hora de poner a salvo sus crías.

Imagino la sonrisa en la cara de algunos lectores que discrepan con los profesores de Princeton y MIT que he citado. Es la expresión de quien se siente autónomo de razonar y decidir a pesar de los señalamientos de su tribu. El teatro del domingo los ha de reconfortar: una votación libre, secreta, resguardada militarmente y sin sobresaltos es justo lo que necesitamos para garantizar que triunfe la razón.

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