en un célebre experimento en Davos, varios ejecutivos fueron invitados a juntarse en grupos y acordar para sus grupos nombre, prioridades y preferencias. No se les pidió que sean tribus, ni naciones ni sectas. Advertidos de que solo era un juego, se les pidió luego negociar y juntarse bajo un solo grupo, adoptando su identidad, ante la amenaza de que si no lo lograban se acabaría el mundo. No lo lograron. Daniel Shapiro, autor del experimento y asesor de las más complejas negociaciones actuales, concluye que personas y grupos profundizamos y perpetuamos los conflictos, reaccionando de formas vertiginosas cuando sentimos que ponen en riesgo nuestra identidad individual o grupal.
Ante amenazas a nuestras creencias, valores, o nuestra historia, tendemos a reaccionar irracionalmente. Nos “enconchabamos”, como lo muestra la anécdota de los ejecutivos, reforzando involuntariamente aquello que nos distingue. Nuestra identidad se vuelve sagrada, indivisible, convirtiendo cualquier diferencia en una afrenta y dificultando el entendimiento. Shapiro dice que uno de los síntomas de los conflictos sobre identidad es el vértigo. Que tú esto... que yo lo de acá. Acusaciones mutuas, expresiones viscerales y no cerebrales, en una espiral imposible de contener. ¿Quién no lo ha vivido? Hay vértigo en la crisis hogareña, en el conflicto laboral, como en todos los sectarismos políticos modernos. Revisando el diccionario entiendo por qué estos conflictos no pueden resolverse solo con técnica y razón. Vértigo es “turbación del juicio, repentina y pasajera”, o también “trastorno del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean”. Si desde que nacemos nos cuentan una historia sobre quiénes somos, es comprensible que perdamos los cabales cuando sentimos que un político, una negociación, o la simple adaptación propia del matrimonio pone a prueba nuestra identidad. Por eso los conflictos más álgidos solo pueden remediarse entendiendo la historia del otro, tendiendo puentes y eliminando muros entre identidades. Como acaba de decir Obama, al saber que Trump sería su sucesor: “Al final del día todos somos parte del mismo equipo”.
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