Con motivo del cierre de las negociaciones de paz en Colombia, leí expresiones tanto del jefe negociador como del presidente Santos, que nos deben llamar a todos la atención.
En entrevistas independientes ambos relataban que durante las negociaciones habían aprendido lo difícil que es encontrar un acuerdo que garantice el balance adecuado entre justicia y paz.
Ejemplos me vienen por miles a la cabeza cuando pienso en ello.
Los más dolorosamente perjudicados por la violencia de las FARC reclaman que solo se sentirán que se habrá hecho justicia cuando los guerrilleros reciban las máximas penas.
Ya lo decía desde los tiempos antiguos el Código de Hammurabi: ojo por ojo, diente por diente. Siguiendo esa regla, algunas víctimas exigen que los victimarios sufran lo mismo que ellos.
No comparto esa reivindicación pero tampoco soy quién para juzgarla, aunque acepto para fines de este artículo que puede ser legítima para los que, por ejemplo, perdieron sangrientamente a su familia en manos de la guerrilla.
El balance entre justicia y paz es también un desafiante objetivo a la hora de negociar divorcios, reestructurar pasivos, mediar conflictos ambientales o incluso resolver un juicio o un arbitraje. En este último caso puede entenderse el distinto espíritu que imprime para las partes una resolución “en derecho” o una “en equidad”.
Vale preguntarse si Colombia estará más cerca de una paz duradera repartiendo hoy penas máximas.
Hay que preguntarse de igual forma, si las partes hubieran podido sentarse a negociar seriamente bajo amenazas de pena máxima.
Cuentan que Gandhi decía: “Ojo por ojo, diente por diente y todo el mundo terminará ciego”.
Casi parece un mensaje para que los colombianos, así como todos quienes enfrentamos con humildad los conflictos que nos invita a resolver la vida, entendamos que la paz requiere un tipo de justicia especial, aquella suficiente para alcanzarla.
Vía @expresoec
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