sábado, 19 de noviembre de 2016

Gris opaco


De un solo tirón. Así cuentan que escribía sus libros un señor Franz Kafka, bendito entre los que gustan del surrealismo, la más apropiada expresión artística para sentirnos normales en épocas como la nuestra.

De niño tuve que leer la Metamorfosis, aquel libro que cuenta la historia de un señor -Gregor Samsa- que despierta un día convertido en escarabajo.
Pero entre las novelas de Kafka me quedo con El proceso: su vigencia es inaudita.
Sorprendido una mañana mientras arranca la rutina diaria, el protagonista de El proceso, un tal Joseph K., es abordado por un par de individuos anónimos que lo apresan bajo el argumento de que se la ha iniciado un proceso.
Revestidos por la gris, cuadrada e inexpresiva seña de los funcionarios de una enorme institucionalidad, los agentes le dicen solamente que los tiene que acompañar.
Arranca de este modo una travesía llena de supuestas formalidades a las que tiene que someterse el procesado a lo largo de varios capítulos que más bien parecen instancias, sin explicarle jamás el motivo del proceso.
La impotencia es patente porque ni tribunales ni defensa parecen hacer su trabajo.
A pesar de los innumerables diálogos, nadie llega a saber -ni siquiera el lector, ni tampoco el procesado ni los funcionarios- la causa del proceso, peor aún cuáles serán sus ramificaciones.
La historia se recubre entonces de aquel velo que casi invisible suele caracterizar por igual a los sueños y a las pesadillas.
Esta mañana el señor K es cualquiera de nosotros, todos aquellos quienes seguimos de cerca los asuntos públicos.
Despertamos y nos vemos confrontados con la instancia diaria del proceso que nos siguen quienes están de uno y otro lado.
¿Crece o decrece nuestra economía?
¿Estamos en crisis o ya empieza la recuperación?
¿Que el Gobierno o la oposición tienen la solución?
¿Que tal o cual tiene la razón?
A veces ver las cosas desde el prisma del arte ayuda a encontrar la razón.

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