martes, 16 de agosto de 2016

Conveniencia

Muchos de ustedes seguramente usan Facebook o Twitter. Casi todos hacen sus búsquedas y absuelven sus dudas gracias a Google. ¿Pero cuántos de ustedes se detuvieron a pensar en el contrato que tienen firmado con cada una de esas empresas para usar sus servicios? ¿Han pensado si se sienten cómodos con los términos que las compañías imponen para ofrecer tanta maravilla? Porque nada en la vida es gratis y algo estamos entregando a cambio de tener al día nuestras redes sociales, por dar un ejemplo.

Muy pocos de quienes me leen han pensado en esto, justamente porque el increíble éxito de esos servicios deriva de su cómodo uso. Ni siquiera nos damos cuenta cuando los usamos, incluso si debemos pagar para ello. Si Uber no simplificara tan brutalmente el uso de taxis o Airnbnb no hiciera lo propio con los alquileres turísticos, no hubieran crecido como lo han hecho, quizá incluso ni existieran; hacen todo más sencillo, más económico, pero sobre todo más conveniente. Igual pasa con las tarjetas de crédito pues entre más cómodo es usarlas, más lo hacemos y menos medimos lo que gastamos. Es el viejo “convenience” gringo llevado a su más moderna expresión.

Si traspolamos los ejemplos anteriores a lo que pasa en nuestro Gobierno y en la relación que como ciudadanos tenemos con él, surgen preguntas simpáticas. ¿Cómo tendría que organizarse el Gobierno para que la gente no sienta el peso de la ineficiencia burocrática? ¿Cómo tendría que modernizarse y optimizarse la política fiscal para que ciudadanos y empresas ni siquiera sientan cuando pagan sus impuestos? Es verdad que circulamos convenientemente por veredas o calles y que lo hacemos sin conciencia de que se trata de un servicio público. Parece entonces haber ejemplos de que la conveniencia sí aplica como objetivo del quehacer público.

Pero nos seguimos encontrando con calles sobretraficadas, malas veredas, transporte público mediocre, servicios médicos con trámites vergonzosamente engorrosos y políticos que a la postre, parecen ignorar para lo que fueron elegidos: para hacer más conveniente y llevadera la vida en sociedad.

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