martes, 9 de diciembre de 2014

Perdedores y ganadores: reformas fiscales

Que cada política pública trae consigo ganadores y perdedores es una idea que nadie discute en nuestra región; todos parecemos aceptar sin beneficio de inventario que la política es así. Pero vale en estos días advertir los riesgos de esta realidad para la sostenibilidad de lo que hacen nuestros gobiernos y nuestras empresas, ejemplificando con ciertas reformas fiscales.


Obama anunció hace poco una reforma tributaria que terminaría con escudos fiscales “antipatrióticos” -pintando así de un lado a los patriotas, ganadores y, del otro lado a los perdedores de la Ley, antipatriotas.  Lo mismo pasa en Colombia y Ecuador, donde están tramitándose reformas tributarias que se defienden y promueven con la misma muletilla: habrán los que ganen y los que pierdan.

Luego de casi una década de observar al polemizador por excelencia que es Rafael Correa, comentamos con amigos y clientes hasta que punto ha sido utilizado el conflicto como una forma fácil para focalizar y conducir la atención y el accionar social. El conflicto logra aliar a los supuestos ganadores de las decisiones de gobierno y alejar, polarizándolos, a supuestos perdedores.

Colombia, donde la guerrilla produjo indudable cohesión social y confianza mutua entre los ciudadanos que no comulgaban con la violencia, atraviesa ahora polarizadamente el debate sobre su reforma fiscal; para salir al paso de detractores el Presidente ha dicho públicamente que su proyecto no afecta a la clase media y que el impuesto "a la riqueza" es un impuesto "contra la pobreza".  El presidente ecuatoriano es menos mesurado en su estilo al afirmar que su proyecto ataca directamente a quienes cometen fraude fiscal, desincentiva a ciertos sectores e incentivará a otros.

Acaso hemos permitido que las discusiones y negociaciones más grandes e importantes en nuestras sociedades se contagien del espíritu competitivo y de las métricas propias de las redes sociales: capaces de volver activista al más apático de los ciudadanos, con retuits o likes por aquí y por allá, tenemos ganadores y perdedores, vehementes aliados y opositores detrás del más trivial de los debates.

Frente a este permanente combate por la opinión pública, debemos detenernos y preguntar a quién sirve tanta polarización. Lo cierto es que hoy en día, todos estamos más o menos de acuerdo en que las decisiones públicas deberían ser el alambicado producto de negociaciones que agreguen la mayor cantidad posible de necesidades, expectativas y reivindicaciones sociales, todas legítimas, todas susceptibles de ser ganadoras.

Pero vemos que eso casi nunca sucede porque cuando las políticas buscan producir sólo ganadores y perdedores, su formulación y las negociaciones que la caracterizan se simplifican, dejando desatendida gran parte de los matices que tiene una sociedad. Así hemos perdido de vista algo realmente importante, a saber que la implementación de nuestras políticas y su sostenibilidad en el tiempo requerirán del concurso no solo de los supuestos ganadores sino también de los supuestos perdedores.

Todo negociador medianamente experimentado sabe que no hay peor acuerdo o peor decisión que aquella que no se podrá implementar ¿Y permitirán acaso mañana la implementación de las políticas actuales quienes son expresamente catalogados de perdedores hoy en día? Como la respuesta es seguramente que no, aceptemos que estamos poniéndole una zancadilla al éxito futuro de nuestros propios esfuerzos. No nos sorprendamos si, en pocos años, estamos tomando decisiones diametralmente opuestas a las actuales para corregir lo que no se negoció adecuadamente hoy.

Cierro estas líneas haciendo dos advertencias. La primera es que, cuando abogo por mejor representatividad de los debates y las negociaciones que definen nuestras políticas, no se me confunda con los adalides de conceptos abstractos de democracia, que sólo sirven para que cada quien los utilice a su conveniencia, sin definiciones operativas. La segunda es para el empresariado: estoy convencido de que los negocios son víctima hoy del fenómeno graficado en estas líneas. A fuerza de buscar fidelización para sus marcas y productos, gestión que no pocas veces raya en el activismo, presencian también el surgimiento de activistas contrarios a ellos.  Por eso es importante que sepan que este artículo no solo está dirigido a los políticos.

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