Creo no equivocarme al afirmar que el Primer Mandatario arma su estrategia política como si al gobernar estuviera jugando al poker. No es de extrañarse si recordamos que la ciencia detrás de la estrategia se llama justamente teoría de juegos –y el poker es, por sobre un deporte, un juego–. Son ejemplos claros de mi afirmación las amenazas, insultos y reclamos del Presidente a distintos grupos o personas: hacen que sus interlocutores reaccionen de tal o cual forma, aun sin estar seguros de que el Presidente efectivamente tiene y va a jugar las cartas que dice. En función de sus encuestas decide las partidas a jugar y la intensidad de sus enfrenamientos políticos; por lo general, busca modelar las percepciones de sus interlocutores para luego poder negociar en condiciones ventajosas. A Rafael Correa parece gustarle el bluff. Lo domina.
Se me vienen a la memoria partidas jugadas con los indígenas, universidades, con los medios de comunicación, líderes políticos e incluso con la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Ha evaluado sus cartas y modificado la partida en varias ocasiones con las caras del poder económico nacional: banqueros, camaroneros, medios de comunicación, comerciantes; vociferó hace meses en contra de las grandes farmacéuticas y jugó a contemporizar con los empresarios en las dos últimas reuniones que convocó para el efecto.
En la mayor parte de los casos, los anuncios iniciales han ido mucho más allá de lo que efectivamente ha sucedido (o visto de otra forma, la gestión política ha sido solo parcialmente efectiva frente a la poderosa y omnipresente vocería presidencial); ha sido mayor la escenificación de las partidas que la calidad de las cartas que finalmente terminaron en la mesa.
Con la Alcaldía de Guayaquil el tira y jala lleva tres años, habiéndose convertido ya en un cliché. Con los indígenas, el Gobierno terminó bajando el tono; con los profesores, buscando la forma de convivir. Luego de las amenazas a la Junta de Beneficencia se negoció. Se ha dicho que se retirarán concesiones, que se expropiarán bienes, que se irrespetarán patentes, todo está aún regateándose en el día a día de la gestión pública. Con las universidades, al igual que con los medios de comunicación, el Gobierno llegará a alguna fórmula de acuerdo, así no sea muy feliz. De eso se trata la política justamente, como lo decía Paul Velasco parafraseando al presidente Mujica, hace unos días en una columna de opinión: La política es una eterna negociación.
Mientras los anuncios son unilaterales, su bajada a la realidad requiere inevitablemente de la interlocución con los involucrados, so pena de encontrarnos frente a, por un lado, ningún resultado y, por otro, un eterno monólogo. Parecería posible concluir entonces que hasta los más vilipendiados enemigos del Gobierno pueden lograr acuerdos con este, cuando sus cartas son buenas y sus decisiones de juego acertadas. Solo es imperativo empezar por reconocer que el Presidente seguirá utilizando su vocería para amedrentar y desbalancear a los jugadores con los que tiene abiertas partidas, aun cuando no siempre esté seguro de las cartas que tiene cada quien.
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